Se trata de un fenómeno donde los roles padres – hijo se invierten, quedando estos últimos a cargo de la contención emocional e instrumental de las dinámicas dentro del hogar.
Durante la infancia se desarrollan aspectos clave de la personalidad y es la etapa en la que los niños aprenden a relacionarse con otras personas, entienden las dinámicas sociales y los roles que cada persona cumple en diversos contextos.
Pero ¿qué pasa cuando los roles que los niños ya conocen se modifican drásticamente? Eso es lo que ocurre con el fenómeno de la parentificación, es decir, cuando el rol padre-hijo se invierte, y estos últimos quedan a cargo de la contención emocional de los adultos y de responsabilidades que no van acorde a su edad.
Ximena Rojas, psicóloga y académica de la Facultad de Psicología y Humanidades de la Universidad San Sebastián (USS), explica que puede manifestarse de dos formas ya que “existe la parte emocional y la parte instrumental o física”. La primera se desarrolla cuando “los niños se empiezan a convertir en contenedores emocionales de los padres, los consuelan, los escuchan y se enteran de cosas que quizás para ellos son difíciles de comprender”.
La dimensión instrumental o física, comenta Rojas, “tiene que ver con, por ejemplo, cuando los niños se hacen cargo de sus hermanos más chicos, es decir, niños que se tienen que ocupar de otros y cuya responsabilidad es muy grande”.
Si bien es bueno que se establezcan tareas y responsabilidades para los menores, es importante dimensionar que estas vayan acorde a su edad y no designar actividades vinculadas con lo económico o doméstico como cocinar, encargarse de la despensa o de pagar las cuentas.
La parentificación puede generar consecuencias emocionales en los niños que van en la línea del maltrato, ya que “se considera que los padres no están funcionando bien, padres que de alguna manera son negligentes”, señala Rojas.
Para no incurrir en ello, la psicóloga recomienda que los padres puedan identificar los límites y fomentar la autonomía en los niños, pero teniendo claro que sus cerebros están aún en formación. Lo anterior, repercute en que los menores pueden tener problemas de auto regulación emocional, además perder el placer por jugar, la espontaneidad o el equivocarse, ya que se ven obligados a funcionar como adultos asumiendo tareas más complejas.